11 de octubre de 2011

El predador.

Hay un predador que vino desde las profundidades del cosmos y tomó control sobre nuestras vidas. Los seres humanos somos sus prisioneros. Nos ha vuelto dóciles, indefensos. Si queremos protestar, suprime nuestras protestas. Si queremos actuar independientemente, nos ordena que no lo hagamos.

Tomaron posesión porque para ellos somos comida, y nos exprimen sin compasión porque somos su sustento. Así como nosotros criamos gallinas en gallineros, así también ellos nos crían en humaneros.Nos han dado nuestros sistemas de creencias, nuestras ideas del bien y el mal, nuestras costumbres sociales. Establecieron nuestras esperanzas y expectativas, nuestros sueños de triunfo y fracaso. Nos otorgaron la codicia, la mezquindad y la cobardía. Es el predador el que nos hace complacientes, rutinarios y egomaníacos. Para mantenernos obedientes, dóciles y débiles, los predadores se involucran en una maniobra estupenda desde el punto de vista de un estratega y horrible desde el punto de vista de quien la sufre: ¡Nos dieron SU mente… que se vuelve nuestra mente. La mente del predador es barroca, contradictoria, mórbida, llena de miedo a ser descubierta en cualquier momento.A través de la mente, que después de todo es SU mente, los predadores inyectan en las vidas de los seres humanos lo que sea conveniente para ellos…”Los predadores consumen conciencia.
Los chamanes ven a los niños humanos como bolas luminosas de energía, cubiertas de arriba abajo con una capa brillante (la conciencia). En un ser humano adulto, todo lo que queda de esa capa brillante de conciencia es una angosta franja que se eleva desde el suelo hasta por encima de los dedos de los pies. Aprovechándose del único punto de conciencia que nos queda, los predadores crean llamaradas de conciencia que proceden a consumir de manera despiadada o predatoria. Y nos otorgan problemas banales que fuerzan a esas llamaradas de conciencia a crecer. De esa manera nos mantienen vivos, para alimentarse con la llamarada energética de nuestras pseudopreocupaciones.“… En lo más profundo de cada ser humano, hay un saber ancestral, visceral acerca de la existencia del predador.Los chamanes del México antiguo lo vieron. Lo llamaron el volador porque brinca en el aire. No es nada lindo. Es una enorme sombra, de una oscuridad impenetrable, una sombra negra que salta por el aire. Luego, aterriza de plano en el suelo. Ellos estaban bastante inquietos con saber cuándo había hecho su aparición en la Tierra.
Razonaron que era que el hombre debía haber sido un ser completo en algún momento, con estupendas revelaciones, proezas de conciencia que hoy en día son leyendas mitológicas. Y luego todo parece desvanecerse y nos quedamos con un hombre sumiso.
No nos enfrentamos a un simple predador. Es muy ingenioso y es organizado. Sigue un sistema metódico para volvernos inútiles. El hombre, el ser mágico que es nuestro destino alcanzar, ya no es mágico. Es un pedazo de carne. No hay más sueños para el hombre sino los sueños de un animal que está siendo criado para volverse un pedazo de carne: trillado, convencional, imbécil.La única alternativa que le queda a la humanidad es la disciplina. La disciplina es el único repelente. Pero con disciplina no me refiero a arduas rutinas. Los chamanes entienden por disciplina la capacidad de enfrentar con serenidad circunstancias que no están incluidas en nuestras expectativas. Para ellos, la disciplina es un arte: el arte de enfrentar al infinito sin vacilar, no porque sean fuertes y duros, sino porque están llenos de asombro.La disciplina hace que la capa brillante de conciencia se vuelva desabrida al volador. Incomible. Si los predadores no nos comen nuestra capa brillante de conciencia durante un tiempo, ésta seguirá creciendo. Ellos decían que la capa brillante de conciencia es como un árbol. Si no se lo poda, crece hasta su tamaño y volumen naturales. A medida que la conciencia alcanza niveles más altos que los dedos de los pies, tremendas maniobras de percepción se vuelven cosa corriente.

El lado activo del infinito, Carlos Castaneda.

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