30 de noviembre de 2010

En busqueda del Budha Milarepa

Cuenta la leyenda que una vez un monje budista decidió viajar para encontrarse con su maestro. Si todo iba bien le llevaría tres semanas llegar hasta Buda. Pero no. Cada vez que se acercaba a la ciudad que Buda visitaba, algo lo retrasaba. Siempre alguien que necesitaba ayuda, evitaba, sin saberlo, que el monje llegara a tiempo. Esta situación se repitió veinte años y el monje perseveraba en seguir la ruta de Buda. Al fin, el monje se enteró de que el gran maestro volvía a morir en su ciudad natal. 


-"Esta vez- se dijo, -es mi ultima ocasión. No puedo distraer mi camino. Nada es más importante que ver a Buda. Ya habrá tiempo para ayudar a los demás. 

Avanzó con convicción, pero en el portal del pueblo, casi tropezó con un ciervo herido. Lo auxilió, le dio de beber y cubrió sus heridas con barro fresco. Con ternura acomodó al animal contra unas rocas para seguir su marcha, le dejó agua y comida al alcance del hocico y se levantó para irse. El ciervo boqueaba tratando de tragar aire. Solo llegó a hacer dos pasos, porque inmediatamente se dio cuenta de que no podía presentarse ante Buda sabiendo en lo profundo de su corazón que había dejado solo a un indefenso moribundo. El monje descargó la mula llorando y se quedó a cuidar al animalito. Toda la noche veló su sueño como si cuidara a un hijo. Le dio de beber y cambió paños sobre su frente. Al ver al ciervo recuperado, el monje se levantó, y mirando hacia la ciudad lloró. Había perdido su ultima oportunidad. 

-"Ya nunca podré encontrarte"- se dijo. 

-No sigas buscándome- le dijo una voz que venía desde sus espaldas -porque "ya me has encontrado". El monje giró y vio como el ciervo se llenaba de luz y tomaba la redondeada forma de Buda. 

-"Me hubieras perdido si me dejabas morir esta noche para ir a mi encuentro en el pueblo. Respecto de mi, no te inquietes, Buda no puede morir mientras existan quienes como tú, son capaces de elegir el camino de cuidar la vida de otros aún sacrificando sus propios deseos. Eso es el Buda. Y está en tí".

Fin del mundo.

Una vez la liebre dormía debajo de un mango. De repente oyó un fuerte ruido y creyó que se acababa el mundo y desaforada echó a correr, corría y corría tan rápido que los animales a su paso preocupados le preguntaron ¿por qué corres tan rápido? 



La libere gritó: ¡por que viene el fin del mundo!. Los gamos asustados la siguieron y así poco a poco una especie tras otra las seguía hasta que toda la selva corría desaforada en tal estampida que habría terminado en la destrucción de todos. 

Cuando Buda, que entonces vivía como sabio, en una de las muchas formas de su existencia, preguntó al último grupo por qué se había unido a la estampida y ellos dijeron: porque se acerca el fin del mundo. Buda respondió: esto no puede ser ¿quién les dijo eso?, vamos a averiguar qué es lo que les hizo pensar así. 

29 de noviembre de 2010

Los cuatro elementos.

La clase estaba más llena de lo habitual.
Podía notarlo. También más callada.
La vuelta a la normalidad se realizaba lentamente, pero a todos nos costaba. Y mucho.
En poco tiempo habíamos pasado de los terribles incendios que cercaron los pueblos de alrededor durante días, al terremoto que los hizo temblar de lleno, seguido por las temidas réplicas que se produjeron en medio de las anunciadas tormentas, acompañadas por vientos huracanados.
Visión apocalíptica para los más religiosos, natural aunque extraordinaria para el resto.
Era el primer día de clase tras las forzadas vacaciones.

Talante de inafectación.

A menudo los discípulos del Buda eran verbalmente agredidos, cuestionados y humillados por las gentes que, aviesamente, querían herirles por falta de comprensión. El mismo Buda era a veces mal recibido en ciudades o pueblos y tenía que soportar injurias, insultos y desprecios. Era el hombre más lúcido y compasivo de su época y, sin embargo, le insultaban y menospreciaban. 

Cierto día un grupo de ortodoxos fanáticos llegó hasta él y comenzaron a increparlo reprochándole que no tenía ningún conocimiento válido y mofándose de sus enseñanzas. No perdió la sonrisa de los labios; no se inquietó; no reaccionó. Pero algunos de sus discípulos, ante tanta injusticia, se dispusieron a replicar; pero el Buda los calmó y les dijo: ¡Dejad en paz a esos discutidores. No os alteréis y mucho menos vayáis a preocuparos por mí. Sabed, mis buenos amigos, que el mundo discute conmigo, pero yo no discuto con el mundo.

El Maestro dice: Cuando el huracán sopla violenta y destructivamente, el lirio se pliega sobre la tierra y, tras el huracán, se yergue en todo su esplendor.

28 de noviembre de 2010

El Yin y el Yang.

El Yin Yang es un símbolo dinámico. Muestra la continua interacción de dos energías y su equilibrio: como tal, es un símbolo de armonía. Es un símbolo que crea igualdad pues sin el Yin no podría existir el Yang y al revés, igual, y sin la interacción de ambos, no se genera vida. No existe nada opuesto entre el Yin y el Yang. Son complementarios.
Lao-tzu en “Tao-te ching” escribió: “Todo tiene dentro de sí ambos, yin y yang y de su ascenso y descenso alternados nace la nueva vida”.
Cuando una de las dos energías llega a su máxima expresión, inicia la transformación en su opuesto: esto es lo que representan los dos puntos en el símbolo. En su máxima expresión, el yang contiene la semilla del yin, tanto como el yin contiene la semilla del yang.

Los cinco monjes: La ley del dharma.

El Lama del Sur dirigió una urgente llamada al Lama del Norte pidiéndole que le enviara a un monje sabio y santo que iniciara a los novicios en la vida espiritual. Para general sorpresa el Lama envió a cinco monjes, en lugar de uno solo. Y a quienes le explicaban el motivo les contestaba enigmáticamente: "Tendremos suerte si al menos uno de los cinco consigue llegar al Lama".




El grupo llevaba algunos días en camino cuando llegó hasta ellos un mensajero que les dijo: "El gran sacerdote de nuestra aldea ha muerto. Necesitamos que alguien ocupe su lugar". La aldea parecía un lugar confortable y el sueldo del sacerdote era bastante atractivo. A uno de los sacerdotes le entró un súbito interés pastoral por aquella gente y dijo: "No sería yo un verdadero budista si no me quedara a servir a esta gente". De modo que se quedó.

27 de noviembre de 2010

El refugio interior.

Cuentan que un hombre mayor que había recorrido años y kilómetros en la búsqueda del camino espiritual, topó un día con un monasterio perdido en las sierras. Al llegar alli, tocó a la puerta y pidió a los monjes que le permitieran quedarse a vivir en ese lugar para recibir enseñanzas espirituales. El hombre era analfabeto, muy poco ilustrado, y los monjes se dieron cuenta de que ni siquiera podría leer los textos sagrados, pero al verlo tan motivado decidieron aceptarlo.

Los monjes comenzaron a darle, sin embargo, tareas que, en un principio, no parecían muy espirituales..”Te encargarás de barrer el claustro todos los días” -le dijeron.
El hombre estaba feliz. Al menos, pensó, podría reconfortarse con el silencio reinante en el lugar y disfrutar de la paz del monasterio, lejos del mundanal ruido.

Pasaron los meses, y en el rostro del anciano comenzaron a dibujarse rasgos más serenos, se lo veía contento, con una expresión luminosa en el rostro y mucha calma. Los monjes se dieron cuenta de que el hombre estaba evolucionando en la senda de la paz espiritual de una manera notable. Un día le preguntaron: ¿”Puedes decirnos qué práctica sigues para hallar sosiego y tener tanta paz interior?” -”Nada en especial. Todos los días, con mucho amor, barro el patio lo mejor que puedo. Y al hacerlo, también siento que barro de mí todas las impurezas de mi corazón, borro los malos sentimientos y elimino totalmente la suciedad de mi alma”.