29 de noviembre de 2010

Talante de inafectación.

A menudo los discípulos del Buda eran verbalmente agredidos, cuestionados y humillados por las gentes que, aviesamente, querían herirles por falta de comprensión. El mismo Buda era a veces mal recibido en ciudades o pueblos y tenía que soportar injurias, insultos y desprecios. Era el hombre más lúcido y compasivo de su época y, sin embargo, le insultaban y menospreciaban. 

Cierto día un grupo de ortodoxos fanáticos llegó hasta él y comenzaron a increparlo reprochándole que no tenía ningún conocimiento válido y mofándose de sus enseñanzas. No perdió la sonrisa de los labios; no se inquietó; no reaccionó. Pero algunos de sus discípulos, ante tanta injusticia, se dispusieron a replicar; pero el Buda los calmó y les dijo: ¡Dejad en paz a esos discutidores. No os alteréis y mucho menos vayáis a preocuparos por mí. Sabed, mis buenos amigos, que el mundo discute conmigo, pero yo no discuto con el mundo.

El Maestro dice: Cuando el huracán sopla violenta y destructivamente, el lirio se pliega sobre la tierra y, tras el huracán, se yergue en todo su esplendor.

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