El abuelo nos reunía a
su alrededor, 10 nietos escuchábamos embelesados y atentos, sin perder una sola
palabra de la historia del pirata. Regularmente visitábamos a los abuelos todos
los años en su casa de la playa. El lugar y su charla
nos llenaba de imaginación, y lo más curioso es que todos creíamos que la
historia era real, ahora ya de adultos comprendemos que aunque su cuento era
producto de su fantasía, los resultados eran verdaderos. Su narración era
así: "Yo tenía un amigo que era pirata. él se refugiaba en esa isla que ven
enfrente, una mañana rescató a un pequeño pulpo, que estaba atrapado en las
rocas, y desde entonces se convirtieron en entrañables compañeros. Cuando el
pirata regresaba cada año a descansar a la isla., el pequeño pulpo sentía su
presencia y venía a saludarlo. Un día me lo presentó, recuerdo claramente
cómo le dijo que yo era su mejor amigo entre los humanos y a él lo consideraba
el más leal y fiel compañero. Por eso le iba a confiar la custodia de su
tesoro y solamente a él (refiriéndose a mí) podía guiar a donde se
encontraba su fortuna y entregársela, en caso de que él no volviera jamás. "Pasó el
tiempo, continuó el abuelo, y el pirata se perdió para siempre en el mar. Hoy
sigo visitando al pulpo, que ahora también es mi amigo, seguramente él adivina
que mañana iremos a la isla, y tengan la certeza de que habrá algunos tesoros
en la playa, pues sabe que su amigo el pirata no volverá. Jamás le he pedido
que me entregue el tesoro, pero sé que le gustaría compartirlo con ustedes,
pues sabe que los amo".Al día siguiente
fuimos muy temprano a la isla con el abuelo, no sin antes hacer un pacto de
honor en lo que juramos no revelar a nadie el secreto del pulpo y la isla del
tesoro y por su ambición posiblemente fueran capaces de matar al pulpo fiel. La noche anterior, el
abuelo mandó a esconder en la playa llaves viejas, pedazos de piedras hermosas,
imitación de joyas antiguas, hasta pergaminos que pareciera habían sido
escritos hace años. Nuestra búsqueda inició desde el momento de desembarcar y
los gritos de emoción ante cada hallazgo fueron fabulosos. Al regresar a casa
nuestros padres preguntaron de dónde habíamos obtenido tales bellezas, y tanto
mis primos como yo guardamos un hermético silencio en cumplimiento a nuestro
juramento, simplemente contestamos que las habíamos encontrado por casualidad,
lo cual era parcialmente cierto, pues cada quien había tenido que buscar
afanosamente para encontrarlas. Han pasado años y el
abuelo ya se fue, los primos y yo lo recordamos con gran cariño, pues dentro de
su fantasía nos enseñó cosas valiosas: buscar tesoros, a ser leales a un
pacto, a entender la amistad y lo más importante nos enseñó a soñar.
¿Podría ser fiel
en guardar un secreto? ¿Deja volar su imaginación soñando con los ojos abiertos?
¿Ha incrementado su
capital emocional, tiene amigos sinceros? La fantasía de un
niño es su mejor patrimonio, todo lo puede con su imaginación. El mundo usual
de los adultos, que calificamos de realista, tiene como característica
principal dejar de soñar. El abuelo de nuestro cuento despertó en sus nietos
la ilusión de encontrar tesoros, la fuerza del que busca encuentra, los
orientó en el sentido de la lealtad y los invitó a que, si eran perseverantes,
sus sueños se podrían convertir en realidad.
No en vano la Biblia
nos señala que el reino de los cielos es de los niños. No dudemos de nuestros
sueños, que son las ilusiones de la esperanza.
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