Las notas mágicas que salían de su violín tenían un sonido diferente, por eso nadie quería perder la oportunidad de ver su espectáculo.
Una cierta noche, el palco de un auditorio repleto de admiradores estaba preparado para recibirlo.
La orquestra entró y fue aplaudida.
El maestro fue ovacionado.
Paganini coloca su violín en el hombro y lo que se escucha es indescriptible.
Breves y semibreves, fusas y semifusas, corcheas y semicorcheas parecen tener alas y volar con el toque de sus dedos encantados.
De repente, un sonido extraño interrumpe el solaz de la platea.
Una de las cuerdas del violín de Paganini se rompió.
El público paró.
Pero Paganini no paró.
Mirando su partitura, continúa arrancando sonidos deliciosos de un violín con problemas.
Antes de que el público se serenara,
otro sonido perturbador derrumba la atención de los asistentes.
Otra cuerda del violín de Paganini se rompe.
La orquesta paró nuevamente
Paganini no paró.
Como si nada hubiese sucedido, él olvidó las dificuldades y
avanzó sacando sonidos de lo imposible.
El maestro y la orquesta, impresionados volvieron a tocar.
lo que estaba por suceder.
Todas las personas, atónitas, exclamaron OHHH!
Una tercera cuerda del violín de Paganini se rompe.
La orquesta paró.
La respiración del
público se detuvo.
Como si fuese un contorsionista musical, arranca todos los sonidos de la única cuerda que sobrara de su violín destruido.
El público parte del silencio para la euforia,
de la inercia para el delirio.
Su nombre corre a través del tiempo.
No es apenas un violinista genial.
Marcos García Gamboa
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