17 de agosto de 2011

Cazador de mariposas.


El venerable maestro Chow-Tse, con palabras suaves como pétalos y refrescantes como la brisa, aleccionaba a sus adeptos, que formaban un nutrido círculo de expectantes rostros alrededor de su enjuta figura hospitalaria: Amantes de la Rectitud , si queréis que la felicidad acuda a vuestro encuentro debéis afanaros tras ella, no os pase lo que le sucedió al cazador de mariposas. ¿Qué le sucedió a Mo-Chi?, preguntó uno de los devotos allí congregados. Mo-Chi amaba las mariposas. Eran su pasión. Decidió entonces correr tras ellas y capturarlas. Frenéticamente las acechó, las persiguió, las apresó con sus redes. Mas apenas retornaba a la choza con el codiciado botín, morían sus aladas prisioneras y, lo que es peor, como por arte de magia se desvanecían los encendidos colores que excitaban la imaginación del que las acosaba. Así, inertes y pálidas, dejaban pronto de interesar al contrariado dueño, que salía al campo una vez más con la intención de renovar la arruinada cosecha. !Tiempo perdido! Mo-Chi lograba apoderarse de otro tembloroso racimo de centellantes mariposas solo para comprobar con enojo, al vaciar sobre la mesa de su domicilio la cesta en que las iba echando, que las hermosas cautivas yacían tristemente, rígidas y quebradizas, como las ramas secas de una encina por la furia de la tormenta derribada. Y Mo-Chi, por tercera, cuarta, quinta, sexta ocasión, colgadas al hombro la red y la mochila, partía monte adentro para otra batida que al final, se revelaba tan infructuosa como las anteriores. El cazador nunca logró su objetivo. Pues lo que deseas con fervor tan pronto lo consigues pierde su encanto. Poseer es matar. Si te gustan las mariposas y quieres que revoloteen a tu lado, no las prives de su libertad, cultiva un jardín fragante en el solar de tu corazón y ellas vendrán a ti. Apenas había terminado el maestro de pronunciar el citado discurso, cuando una enorme mariposa que parecía llevar dibujado el arcoiris en sus alas llegó de alguna parte y mansamente, se posó sobre la calva resplandeciente del iluminado.
De "El hombre que descubrió la verdad (Cuentos taoistas) de León David.

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