Cuenta la leyenda que una vez un monje budista decidió viajar para encontrarse con su maestro. Si todo iba bien le llevaría tres semanas llegar hasta Buda. Pero no. Cada vez que se acercaba a la ciudad que Buda visitaba, algo lo retrasaba. Siempre alguien que necesitaba ayuda, evitaba, sin saberlo, que el monje llegara a tiempo. Esta situación se repitió veinte años y el monje perseveraba en seguir la ruta de Buda. Al fin, el monje se enteró de que el gran maestro volvía a morir en su ciudad natal.
-"Esta vez- se dijo, -es mi ultima ocasión. No puedo distraer mi camino. Nada es más importante que ver a Buda. Ya habrá tiempo para ayudar a los demás.
Avanzó con convicción, pero en el portal del pueblo, casi tropezó con un ciervo herido. Lo auxilió, le dio de beber y cubrió sus heridas con barro fresco. Con ternura acomodó al animal contra unas rocas para seguir su marcha, le dejó agua y comida al alcance del hocico y se levantó para irse. El ciervo boqueaba tratando de tragar aire. Solo llegó a hacer dos pasos, porque inmediatamente se dio cuenta de que no podía presentarse ante Buda sabiendo en lo profundo de su corazón que había dejado solo a un indefenso moribundo. El monje descargó la mula llorando y se quedó a cuidar al animalito. Toda la noche veló su sueño como si cuidara a un hijo. Le dio de beber y cambió paños sobre su frente. Al ver al ciervo recuperado, el monje se levantó, y mirando hacia la ciudad lloró. Había perdido su ultima oportunidad.
-"Ya nunca podré encontrarte"- se dijo.
-No sigas buscándome- le dijo una voz que venía desde sus espaldas -porque "ya me has encontrado". El monje giró y vio como el ciervo se llenaba de luz y tomaba la redondeada forma de Buda.
-"Me hubieras perdido si me dejabas morir esta noche para ir a mi encuentro en el pueblo. Respecto de mi, no te inquietes, Buda no puede morir mientras existan quienes como tú, son capaces de elegir el camino de cuidar la vida de otros aún sacrificando sus propios deseos. Eso es el Buda. Y está en tí".