29 de abril de 2011

El náufrago.

El único sobreviviente de un naufragio llegó a la playa de una diminuta y deshabitada isla. Pidió fervientemente a Dios ser rescatado, y cada día escudriñaba el horizonte buscando ayuda, pero no parecía llegar.


Cansado, finalmente opto por construirse una cabaña de madera para protegerse de los elementos y almacenar sus pocas pertenencias. Entonces un día, tras de merodear por la isla en busca de alimento, regresó a su casa para encontrar su cabañita envuelta en llamas, con el humo ascendiendo hasta el cielo. Lo peor había ocurrido, lo había perdido todo. Quedo anonadado de tristeza y rabia. "Dios, Como pudiste hacerme esto?" -se lamentó. Sin embargo, al día siguiente fue despertado por el sonido de un barco que se acercaba a la isla. Habían venido a rescatarlo. "¿Como supieron que estaba aquí?" -preguntó el cansado hombre a sus salvadores. "Vimos su señal de humo" -contestaron ellos.

Es fácil descorazonarse cuando las cosas marchan mal, pero no debemos desanimarnos. Recuerda la próxima vez que tu cabaña se vuelva humo, puede ser la señal de que la ayuda viene en camino.

28 de abril de 2011

La montaña y el abismo.

-Le dijo una vez la montana al abismo:


-Yo, desde mis majestuosas cumbres tengo al mundo a mis pies, contemplo los más bellos amaneceres y los mas esplendorosos crepúsculos; la luz de la luna acaricia mi cuerpo y me siento parte de las estrellas porque casi puedo tocarlas. Es tan grande mi presencia que casi puedo sentir que toco a Dios... Y tú, insignificante abismo... ¿Qué haces allá abajo? 

-Y el abismo le contesto: 

-YO SOY QUIEN TE SOSTIENE.

22 de abril de 2011

El viejo y solitario árbol.


Había una vez un viejo y marchito árbol creciendo entre los bosques en las tierras altas. Era invierno, estaba nevando y hacía mucho frío.
Un día, un pájaro volaba desde lejos. El pájaro estaba cansado y hambriento así que se detuvo sobre el hombro del viejo árbol para descansar.
“¿Amigo, has venido desde muy lejos?” Le preguntó el viejo árbol al pájaro.
“Sí, sí he volado desde muy muy lejos, estoy pasando por aquí y deseo descansar”, respondió el pájaro.
“¿Es bello el lugar de donde vienes?” Preguntó el viejo árbol.
“Sí que lo es, es muy bello por allá. Hay flores, grama, manantiales y lagos. Están también mis amigos, pequeño pescado, pequeño conejo, pequeña ardilla, vivimos vidas muy felices; en realidad no es solitario para nada. Y es muy cálido allá, no tan frío como lo es aquí.”
“¡Oh, pues eres muy afortunado! No es cálido por aquí; el clima es muy frío. Nunca he dejado este lugar, ni tampoco tengo amigos, mi vida es muy solitaria,” El viejo árbol suspiró.
“¡Ah, que desafortunado! Cuán solitaria debe ser tu vida, y el poco calor que conoces es demasiado poquito,” Suspiró emocionalmente el pájaro.
Justo en ese instante, unas pocas personas pasaban por el bosque, tenían frío y estaban cansados.
“Si tan sólo tuviéramos un fuego, podríamos calentarnos y todo estaría bien.” Dijo una de las personas.
De repente descubrieron que había un viejo y marchito árbol junto al camino y entonces, caminaron emocionados hacia el árbol.
Cuando el pájaro vio las hachas en sus manos, rápidamente voló hacia otro árbol.
Unos cuantos de ellos alzaron sus hachas y talaron al viejo árbol. Luego lo cortaron en leña.
Poco después tenían un fuego rugiendo a pesar del hielo y la nieve. La gente se sentó alrededor del fuego disfrutando del calor. Como ya no estaban congelándose, sonreían contentos.
“¡Pobre árbol viejo! Exclamó el pájaro. “¡Antes estabas tan solitario, viviendo solo en este frío mundo!”
El viejo árbol sonrió entre las llamas, “Amigo, no me tengas lástima. No importa cuán solo estuve en el pasado, pero en este mundo, al menos hay algunas vidas que fueron calentadas por mi.”

18 de abril de 2011

La respuesta de un sabio.

Dos niños patinaban en un lago congelado de Alemania.
Era una tarde nublada y fría. Los niños jugaban despreocupados.
De repente, el hielo se quebró y uno de los niños se cayó, quedando preso en la grieta del hielo.
El otro, viendo su amigo preso y congelándose, tiró un patín y comenzó a golpear
el hielo con todas sus fuerzas hasta, por fin, conseguir quebrarlo y libertar el amigo.

Cuando los bomberos llegaron y vieron lo que había pasado, preguntaron al niño:
"¿Cómo conseguiste hacer eso?¡Es imposible que consiguieras partir el hielo,
siendo tan pequeño y con tan pocas fuerzas!

En ese momento, el sabio Albert Einstein, que pasaba por allí, comentó:
- Yo sé cómo lo hizo.
- ¿Cómo? - Le preguntaron.
"Es sencillo, respondió Einstein, no había nadie para decirle que no era capaz".

"Dios nos hizo perfectos y no escoge a los capacitados, sino que capacita a los escogidos"
"Hacer o no hacer algo, sólo depende de nuestra voluntad y perseverancia".(Albert Einstein)

Conclusión: Preocúpate más por tu conciencia que por tu reputación.
Porque por tu conciencia eres lo que eres, y por tu reputación eres lo que los otros piensan de ti.
Lo que los otros piensan de ti, es problema de ellos.

Opiniones.

Un círculo de intelectuales se había formado alrededor de un maestro. Él no los había buscado, pero el grupo iba a visitarle cada tarde para meditar.
El sabio casi nunca hablaba. Era uno de esos mentores que consideran que la enseñanza más elocuente es el silencio y la vibración más pura y reveladora la de la quietud. Los iniciados, en cambio, parloteaban si cesar y se perdían en toda suerte de opiniones. Unos aseguraban que hay un principio trascendente y
otros lo negaban; unos insistían en que lo único fiable era la experiencia sensorial y otros en que solo lo era el universo de las ideas; unos señalaban la necesidad de indagar en la metafísica y otros en las distintas filosofías de la historia. Todos hablaban, aunque ninguno prestaba atención a los demás. Solo jugaban con las opiniones, los puntos de vista y las abstracciones. El sabio era muy paciente. Se preguntaba a qué venían esos hombres si sólo estaban interesados en sus entretenimientos intelectuales y no tenían oídos para la genuina enseñanza.
Un día decidió reunirlos y les dijo:
-Sois como lavanderas.
-¿Cómo lavanderas? -preguntaron mirándose unos a otros extrañados-, ¿qué queréis decir con eso?
-Vosotros sabréis, ya que domináis las palabras y su interpretación.
-Pues no entendemos qué tenemos que ver nosotros con unas lavanderas.
-Veréis. La lavandera tiene mucha ropa, pero vienen los propietarios de la misma, se la llevan y se queda sin nada. Así sois vosotros. Tenéis un montón de opiniones tomadas de libros, escrituras, filósofos... Mas nada os pertenece. Estáis vacíos. Sois como lavanderas. Seguid especulando. No ganaréis ni un gramo de sabiduría con ello, aunque os divertiréis mucho.

Dice el Maestro:
Es necesario pasar de la comprensión intelectual a la intuitiva; de la teoría a la práctica.

11 de abril de 2011

Ni tu ni yo somos los mismos.


Entre sus primos, se encontraba el perverso Devadatta, siempre celoso del maestro y empeñado en desacreditarlo e incluso dispuesto a matarlo.
Cierto día que el Buda estaba paseando tranquilamente, Devadatta, a su paso, le arrojó una pesada roca desde la cima de una colina, con la intención de acabar con su vida. Sin embargo, la roca sólo cayó al lado del Buda y Devadatta no pudo conseguir su objetivo. El Buda se dio cuenta de lo sucedido y permaneció impasible, sin perder la sonrisa de los labios.
Días después, el Buda se cruzó con su primo y lo saludó afectuosamente. Muy sorprendido, Devadatta preguntó: 
-¿No estás enfadado, señor? 
-No, claro que no.

Sin salir de su asombro, inquirió: 
-¿Por qué? 
Y el Buda dijo: 
-Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí cuando fue arrojada.             
            
El Maestro dice: 
Para el que sabe ver, todo es transitorio; para el que sabe amar, todo es perdonable.

7 de abril de 2011

Los tres monjes.

Había una vez, en la antigua China, tres monjes budistas que viajaban de pueblo en pueblo dentro de su territorio ayudando a la gente a encontrar su iluminación. Tenían su propio método: Todo lo que hacían era llegar a cada ciudad, a cada villa, y dirigirse a la plaza central donde seguramente funcionaba el mercado. Simplemente se paraban entre la gente y empezaban a reír a carcajadas. La gente que pasaba los miraba extrañada, pero ellos igualmente reían y reían. Muchas veces alguien preguntaba: ¿De qué se ríen?. Los monjes se quedaban un pequeño rato en silencio... se miraban entre ellos y luego, señalando al que preguntaba y apuntándolo, retomaban su carcacajada. Y sucedía siempre el mismo fenómeno: la gente del pueblo, que se empezaba a reunir alrededor de los tres para verlos reír, terminaba contagiándose de sus carcajadas y tornaban a reír tímidamente al principio y desaforadamente al final.

6 de abril de 2011

Dos monjes y una mujer.

Dos monjes que regresaban a su templo llegaron a un arroyo donde encontraron a una hermosa mujer que no se atrevía a cruzarlo, temerosa porque el arroyo había crecido y la corriente era fuerte.
Uno de los monjes, el mayor, casi sin detenerse, la alzó en sus brazos y la llevó hasta la otra orilla.
La mujer le agradeció, ya que su hijo estaba gravemente enfermo y ella necesitaba cruzar ese arroyo para verlo, y los hombres siguieron su camino.
Después de recorrer tres días el otro monje, el joven, sin poder contenerse más, exclamó: "¿Cómo pudiste hacer eso, tomar una mujer en tus brazos? Conoces bien las reglas..." y otras cosas por el estilo.
Respondió el monje cuestionado con una sonrisa: "Es posible que haya cometido alguna falta, pero esa mujer necesitaba cruzar ese arroyo para ver a su hijo. Yo solo crucé a la mujer y la dejé en la otra orilla. "¿Pero que te pasa a ti, que ya pasaron tres días del episodio y aún la llevas a cuestas?".
Yo la dejé del otro lado del arroyo.

5 de abril de 2011

El secreto en el cofre.

Hace muchísimos años, vivía en la India un sabio, de quien se decía que guardaba en un cofre encantado un gran secreto que lo hacia ser un triunfador en todos los aspectos de su vida y que, por eso, se consideraba el hombre mas feliz del mundo. Muchos reyes, envidiosos, le ofrecían poder y dinero, y hasta intentaron robarlo para obtener el cofre, pero todo era en vano. Mientras mas lo intentaban, mas infelices eran, pues la envidia no los dejaba vivir. Así pasaban los años y el sabio era cada día mas feliz. Un día llego ante él un niño y le dijo: "Señor, al igual que tu, también quiero ser inmensamente feliz. "Por qué no me enseñas que debo hacer para conseguirlo"? El sabio, al ver la sencillez y la pureza del niño, le dijo: "A ti te enseñaré el secreto para ser feliz.

1 de abril de 2011

La cosecha.

En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras.
Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a Eliahu transpirando, mientras parecía cavar en la arena.                                                                                  

-¿Que tal anciano? La paz sea contigo.
- Contigo -contestó Eliahu sin dejar su tarea.
-¿Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?
-Siembro -contestó el viejo.
-¿Qué siembras aquí, Eliahu?
-Dátiles -respondió Eliahu mientras señalaba a su alrededor el palmar.
-¡Dátiles!! -repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez.

-El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.
- No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos...
-Dime, amigo: ¿cuántos años tienes?
-No sé... sesenta, setenta, ochenta, no sé... lo he olvidado... pero eso, ¿qué importa?
-Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los ciento un años, pero tú sabes que difícilmente puedas llegar a
cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
-Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto... y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.
-Me has dado una gran lección, Eliahu, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste - y diciendo esto, Hakim le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.
-Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tu me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto y sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
-Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más importante que la primera. Déjame pues que pague también esta lección con otra bolsa de monedas.
-Y a veces pasa esto -siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas-: sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseché no solo una, sino dos veces.
-Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte...

Jorge Bucay