Capítulo XI del libro “Viaje a Ixtlán” de Carlos Castaneda
Domingo, septiembre 3, 1961.
Don Juan no estaba en la casa cuando desperté. Trabajé en mis notas y tuve tiempo de juntar leña en el chaparral circundante antes de que él regresara. Me hallaba comiendo cuando entró en la casa. Empezó a reír de lo que llamaba mi rutina de comer al mediodía, pero tomó de mis emparedados.
Le dije que lo ocurrido con el puma era desconcertante para mí. En retrospectiva, parecía enteramente irreal. Era como si todo se hubiera escenificado para mi beneficio. La sucesión de eventos fue tan rápida que no tuve en realidad tiempo de asustarme. Tuve tiempo para actuar, pero no para deliberar sobre mis circunstancias. Al escribir mis notas se planteó la interrogante de si había visto realmente al puma. La alucinación de la rama seca estaba todavía fresca en mi memoria.
-Era un puma -dijo don Juan en tono imperioso.
-¿Era un verdadero animal de carne y hueso?
-Seguro.
Le dije que mis sospechas habían despertado a causa del fácil desarrollo de todo el evento. Era como si el gato hubiera estado allí aguardando y hubiera sido entrenado para hacer exactamente lo que don Juan planeara.
Mi alud de observaciones escépticas no le hizo la menor mella. Se rió de mí.
-Eres un tipo chistoso -dijo-. Tú viste y oíste al gato. Estaba abajito del árbol donde tú estabas. Si no te olfateó y te saltó fue por los mimbres. Matan cualquier otro olor, hasta para los gatos. Tú tenías en los brazos una carga de lodo.
Dije que no era que dudara de él, sino que todo lo ocurrido aquella noche era extremadamente ajeno a los sucesos de mi vida cotidiana. Durante un rato, al escribir mis notas, tuve incluso el sentimiento de que don Juan podía haber hecho el papel de león. Sin embargo, hube de descartar la idea porque yo había visto realmente la silueta oscura de un animal de cuatro patas lanzándose hacia la jaula y luego saltando a la meseta.